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En la búsqueda de la ‘vulgaridad elegante’

Sigue la historia del periodista alemán que se goza el Carnaval. En el capítulo cuatro Thomas se aventuró a comprar el disfraz ideal para la fiesta.

“¿Qué le vamos a poner a Nicolás en el Carnaval?”, escucho algo de premura en esa pregunta de mi esposa.

Nicolás es mi hijo, tiene casi ocho meses y es el motivo verdadero por el que puedo pasar el Carnaval aquí. En Alemania me dieron licencia de paternidad por tres meses y los aprovechamos para que el bebé conozca su familia colombiana.

Lo curioso con mi niño es que ya se ha puesto algunas prendas que identifican a los colombianos. Nicolás nació prácticamente con la Copa Mundo en las manos, pues a los cuatro días de llegar al mundo en Berlín (Alemania), comenzó el Mundial Brasil 2014, así que como era de esperarse mi esposa y yo le pusimos camiseta de Colombia y de Alemania. Además tiene su mini guayabera, que usa de vez en cuando como para pasar el día.

Pero ahí viene el lío. Resulta que ni mi hijo ni yo tenemos la ropa apropiada para pasar el Carnaval… y ¿Dónde puedo encontrar una amplia variedad de prendas?  

Pues indagando con mi familia barranquillera y con mis compañeros de trabajo en Zona Cero, todos llegaron a la misma conclusión y después de decirla, me miraron como si fuera un requisito obligatorio ir allá para pasar el examen que te convierte en un carnavalero de verdad.

“Pues debes ir a la feria de al lado del Estadio Romelio Martínez”.

Y como mi trabajo es aprender y disfrutar de la fiesta, agarré el canguro (cargador de bebé), a mi Nicolás, me fui con mi esposa a dejar la ignorancia a un lado y visitamos la famosa feria y con esto me encontré:

Vulgaridades y tradición codo a codo

Después de un paseíto por las tiendecitas, conocí a Noemy Tapias Miranda, dueña de uno de los puestos y me explica efusivamente, transmitiendo esa alegría, propia de Barranquilla.

- “Este año se vende mucho el disfraz de María Moñitos”.

- “¿María quién?”, le pregunto.

- “Moñito… (risas). Un ‘man’ (hombre) que se disfrazaba de una mujer con un vestido sexy, tacones altos, los labios pintados de rojo y les echaba besos a los hombres coqueteando con ellos”, me contó como si estuviera programada para responder… ahora que lo pienso… ¿A cuántos extranjeros les habrá dicho lo mismo?

Este cuento me confirma mi sensación de que el Carnaval tiene dos caras que andan de codo a codo: Hay mucha tradición con estilo y – al otro lado – la gente goza de muchas vulgaridades.

“Los barranquilleros somos mamadores de gallo”, me explicó mi esposa.  Y por lo que veo no hay mejor oportunidad que el Carnaval para exagerar esta característica.

Rechazo el disfraz de María Moñitos. La verdad es que no quiero besar tipos borrachos. Noemy me recomienda intentar la Marimonda o un Monocuco – los disfraces que más se venden en la feria-. La marimonda me resulta atractiva. En poco tiempo me he enamorado de ella. Con sus orejas y la nariz parece un elefante y la boca me parece chistosa. Pienso que con esa cara llamativa y su traje con la corbata proyecta lo que yo denomino “una vulgaridad elegante” y así me imagino el Carnaval.

María Niño lucha contra la Chikungunya

“O en vez de un disfraz te puedes comprar una de las camisetas”, me propone mi esposa. Es muy obvio que este año hay dos temas que dominan: “¡El tormento tuyo soy yo!” lucha con la “Chikungunya”. Pero hay un problema, lastimosamente las de ‘María Niño’ solo las tiene para mujeres y las de la ‘Chikungunya’ no me llaman la atención y estoy seguro que la de la dichosa enfermedad estará fuera de moda el año siguiente… Después de mucho pensar, observar con ojo de lupa y dialogarlo con mi esposa, me decido por la marimonda.

Vienen cada vez más extranjeros

Afortunadamente no soy el único extranjero al que le gusta este disfraz. Ese año han venido bastantes personas de otros países al stand de Noemy.

“Me visitan de Brasil, Alemania, Italia, ya perdí la cuenta. En los cinco años que estoy trabajando aquí viene cada vez más gente de otros países”, dice la barranquillera. A ellos les encantan los disfraces tradicionales como el garabato, la cumbiambera o el de marimonda.

¿Y cómo vamos a tomar el ron?

“Entonces falta una cosa que es de vital importancia”, me dice mi esposa “un vasito para tomar nuestro roncito”, agrega con esa sonrisa que tanto me gusta. Felizmente no tenemos que buscar mucho. En casi todos los puestos me ofrecen la famosa copita colgante para beber y de nuevo me encuentro con la “vulgaridad elegante” al lado de la tradición: unos vasitos en forma de pene cuelgan al lado de unos decorados de congos o marimondas. La risa es inevitable y de la misma forma la acción de meterme la mano al bolsillo, sacar la plata y comprarlas para así dar por terminada mi búsqueda con la que quedo equipado para los cuatro días de Carnaval.

Pero estoy seguros que muchos se preguntarán qué pasó con Nicolás durante todo el paseo… pues desafortunadamente se quedó dormido y no le pudimos comprar nada, lo que me da una excusa perfecta para regresar muy pronto… porque algo sí tengo claro desde que estoy en Barranquilla: cualquier excusa es válida para armar un Carnaval.

Por Thomas Ritter

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